Junio: ¿Sueñan las IAs con Arte Generativo?

Un día despertamos y las redes habían sido tomadas por la IA. Disparé un rollo Kodak con una cámara de formato medio, luego usé solo prompts de texto para recrear cada cuadro. El proceso se convirtió en una exploración sobre la autenticidad y lo qué pasa cuando las máquinas empiezan a hacer arte.

Junio: ¿Sueñan las IAs con Arte Generativo?

¿No sientes que un día despertaste para darte cuenta de que las redes sociales habían sido tomadas por la IA? De pronto, todos tus amigos tenían retratos al estilo Studio Ghibli. Videos tiernos (pero ligeramente inquietantes) de mascotas y bebés realizando hazañas imposibles inundaron el chat familiar. Luego llegaron los talk shows y entrevistas falsas, cada uno terminando con un chiste raro o un giro extraño. El punto de inflexión no llegó gradualmente, como se supone que suceden estas cosas, sino de golpe. Con el lanzamiento consecutivo de GPT Image 1 de OpenAI y Veo 3 de Google, el futuro que se nos prometió (pero que nunca pedimos) aterrizó directamente en nuestras manos, exigiendo atención.

Durante años, los medios han oscilado entre advertencias apocalípticas y promesas utópicas sobre la inteligencia artificial generativa. Me he mantenido escéptico, incluso mientras uso productos basados en IA a diario y veo a artistas como Rob Sheridan y Christian Hartmann crear obras genuinamente cautivadoras con estas herramientas. El potencial revolucionario se siente real, pero también la exageración que lo rodea. Aun así, ante esta repentina avalancha de contenido sintético, decidí que era hora de probar estas herramientas de primera mano.

El experimento era simple: dispararía un rollo 120 de Kodak Portra 400 con una Hasselblad 500C/M, escogería mis seis exposiciones favoritas de las doce, y luego usaría solo prompts de texto para recrearlas con IA; sin atajos, sin alimentar los originales, solo descripciones de lo que veía, dejando que la máquina interpretara mis palabras sin adaptar las fotos a sus capacidades.

Los primeros intentos de recrear mis fotos revelaron las distintas personalidades de los diferentes sistemas de IA. GPT Image 1 fue preciso y certero, colocando elementos y replicando ubicaciones reales correctamente, pero sus resultados se sentían sintéticos y carecían del carácter de una fotografía verdadera. Midjourney, en contraste, entregaba una atmósfera rica y un estilo de película fotográfica, pero a menudo se desviaba de las escenas originales, priorizando su propio toque artístico sobre la representación fiel, especialmente cuando se trataba de reproducir edificios o monumentos reales: bello, pero impredecible.

El gran avance llegó cuando comencé a combinar las fortalezas de ambos sistemas: usaba GPT Image 1 para generar composiciones precisas, y luego alimentaba esas imágenes sintéticas a Midjourney con prompts elaborados para conseguir la estética del rollo de película que buscaba. Aunque mis fotos originales nunca entraron en el proceso, los resultados comenzaron a parecerse a lo que había capturado. Esto se convirtió en un proceso recursivo que me recordó mis clases de teoría de control en la universidad: un sistema de circuito cerrado donde las salidas se convierten en entradas. La IA actuó como herramienta y colaboradora en un ciclo continuo de refinamiento.

Los resultados fueron impresionantes y reveladores. A primera vista, las imágenes generadas por IA podían parecer sorprendentemente similares an mis originales. Pero una rápida inspección revelaba las huellas de una creación sintética: detalles faltantes, perspectivas imposibles, texturas que se sentían ligeramente incorrectas. Lo suficientemente convincentes como para engañar a un vistazo casual en redes sociales, pero fundamentalmente carentes de la complejidad y autenticidad de lo real.

Lo que más me sorprendió fue lo diferente que se sentía el proceso creativo. Al principio, generar imágenes con unas pocas palabras se sentía mágico, pero refinarlas para que coincidieran con una visión clara rápidamente se volvió tedioso e impredecible: demasiados ajustes a menudo empeoraban el resultado, y lograr consistencia era frustrante. A diferencia de la fotografía, donde el proceso en sí me resulta placentero, incluso cuando los resultados son decepcionantes. Sin embargo, a pesar de la frustración, me sentí atraído por ello (especialmente con Midjourney). Hay algo cautivador en ver cómo las palabras se convierten en imágenes, y cuando se aprovecha por su cualidad surrealista, la IA puede convertirse en una herramienta poderosa y embriagadora para la imaginación.

Este experimento no alteró mi relación con la fotografía; si acaso, profundizó mi aprecio por las cualidades irremplazables del medio. Pero sí cambió mi perspectiva sobre el potencial creativo de la IA. Estas herramientas son más atractivas de lo que esperaba: capaces no solo de aproximación y síntesis, sino, en ocasiones, de generar algo que se siente sorprendentemente cautivador. Aun así, siguen siendo herramientas, no sustitutos. La revolución de la IA puede ser real, pero no es la que se nos ha prometido: es más sutil, más compleja y, en última instancia, mucho más interesante.


La mayoría de los modelos de IA se entrenan con conjuntos de datos masivos obtenidos (en ocasiones ilegalmente) sin el consentimiento ni la compensación de los creadores originales: fotógrafos, artistas, cineastas y escritores cuyo trabajo sustenta estos sistemas. Si bien estos problemas van más allá del alcance de este experimento, son fundamentales para un diálogo más crítico. Es probable que estas herramientas estén aquí para quedarse, pero también lo está la necesidad de reconocer cómo se construyen y a quiénes impactan.